jueves, 19 de abril de 2012

Tintín en París (IX) - Tópicos y realidades

Por razones con más o menos fundamento, París se conoce como la ciudad del amor y también como la ciudad de la luz. No soy muy amigo de tópicos ni reduccionismos. París es mucho más que un sitio romántico. De hecho, probablemente lo sea para mucha gente simplemente porque lo han escuchado demasiadas veces. En cuanto a la luz, debe depender de la época del año en que se visite.

Esta mañana paseaba por la orilla del Sena disfrutando del sol que acababa de salir. De repente, me llamó la atención un puente que brillaba a lo lejos. Ya que en este último día sólo puedo disfrutar de la mañana, me había planteado el absurdo propósito de no cruzar el río. Pero, claro está, me he dejado llevar por el brillo y he ido a parar al puente de cabeza.

Al acercarme he comprobado que los responsables del brillo eran cientos – seguramente miles – de candados fijados en las barandillas del puente. Una guía de acento sudamericano le cuenta a un grupo de turistas que el Ayuntamiento de París los retira cada seis meses. Me pregunto si también dragan el río para sacar las miles de llaves que, probablemente, han tirado los que dejaron los candados.

La costumbre de los candados como sello del amor eterno no es nada nuevo. Hasta ahora me había parecido una moda estúpida como otra cualquiera. Alguien la inició a raíz de una novela y detrás vinieron miles que ni por supuesto habían leído el libro ni seguramente sabían de dónde había surgido la idea. Sin embargo, he de reconocer que aquí se crea una estampa curiosa, tanto a lo lejos como de cerca.
Y mi lado más meloso, cursi o como queráis llamarlo a dado en sentenciar que una estampa como esta sólo es posible cuando en París se han juntado la luz y el amor. Una interpretación un tanto rebuscada, pero no por ello menos cierta.

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