La estación de autobuses no es
más que una explanada entre las cuatro casas mal contadas que forman
Hakonemachi, a la orilla del lago Achi. Hace varios siglos fue un punto de
control importante en la ruta entre Tokio y Kioto. Hoy, parece que sigue
viviendo de los visitantes que llegan hasta allí. A mi alrededor, un anillo de
montañas rodea el valle, creando un paisaje digno de la excursión. Uno de esos
montes es el Fuji. Sin embargo, un cielo encapotado impide, hoy también, ver su
cumbre.
De todas formas, mi última
excursión en el país ha merecido la pena. Por la mañana he cogido un tren bala
y, después, otro ferrocarril de vía estrecha hasta un pueblo entre las
montañas. De allí he tomado un autobús que, a través de una empinada y tortuosa
carretera, me ha llevado hasta la orilla del lago, donde me esperaba un peculiar
barco con apariencia de velero y con un potente motor. A pesar del cielo
encapotado, las montañas y la exuberante vegetación me han ofrecido un paisaje
que tardaré en olvidar.
Y ahora comienza mi viaje de
vuelta. No sé si el jefe de estación recibe o merece ese tratamiento, pero para
el caso lo bautizaré así. Sentado en un soporte de cemento que sujeta un poste
con los horarios de alguna línea de autobús, lo veo ir y venir. Es un hombre
regordete y con cara de simpático, pantalón largo, camisa de manga corta y
gorra. Va sin cesar de su caseta a los andenes y de allí de vuelta a la caseta.
En un lado vende los billetes a los pasajeros y en el otro recibe a sus colegas
conductores y controla el embarque de los dos o tres viajeros que suben al
autobús. En mi opinión no tiene tanto que hacer, pero da la impresión de que
siempre está trabajando.
Aquí viene otra vez. Me ve
escribiendo y me sonríe. Se ve que nos hemos caído bien. Y eso que nuestra
conversación ha sido una mezcla de inglés y gestos, ambos igual de
incomprensibles. Sabe que me queda un buen rato allí y sospecho que le gustaría
sentarse a hablar conmigo, pero la verdad es que sería bastante inútil. A
cambio, cada vez que pasa me mira y me dirige algún gesto amable.
Ahora vocifera algo por su
megáfono rojo. A saber qué. Yo hago el intento de comprenderlo: levanto la
cabeza y escucho, pero después de una semana aquí, esta lengua me sigue sonando
a chino. Y eso que ya sé que es japonés.
Después de una hora de espera,
por fin llega mi autobús. La carretera no tiene tanta pendiente como la de esta
mañana, pero el camino es bastante movidito. Atravesamos varios pueblos y, una
hora más tarde, oigo por la megafonía lo que parece el nombre de mi parada. En
efecto, el autobús se detiene frente a una estación de tren. Debe ser aquí.
Me dirijo a la taquilla y le
explico al taquillero que quiero volver a Tokio. Examina mi bono para los
trenes y me pregunta “smoking or no smoking?”. Pronuncio la palabra “no” y,
para reforzar mi mensaje, levanto la mano y, con el dedo índice en alto, la meneo
de un lado a otro. Pero el buen señor vuelve a insistir: “no smoking?”
pregunta, esta vez moviendo la mano, con todos los dedos juntos, de un lado
para otro delante de su nariz. Intuyo que hace el gesto de dispersar el humo
del tabaco, como si yo no me hubiera enterado de lo que pregunta. Así que le
respondo “no smoking”. Y al final para nada, porque no me da ningún billete.
Simplemente me indica que vaya a la vía 2 y que suba al próximo tren, que se
dirige a Tokio. Por supuesto, lo hace con muchas menos palabras.
Subo al andén y en menos de
dos minutos pasa un tren. Una vez en el vagón, examino mi mapa y compruebo que,
efectivamente, esa línea llega a Tokio. Aunque calculo que debe tardar una
eternidad. Sin embargo, veo que dos o tres paradas después puedo enlazar de
nuevo con el tren bala. Y ya que me sale gratis y que es el último día, me voy
a dar el capricho.
Ya de vuelta en Tokio, comento
con mi anfitrión y traductor la escena del taquillero y el tabaco. Y, cuando
entro en detalles, me explica la situación: mientras que nosotros negamos
moviendo el dedo índice de un lado para otro, los japoneses lo hacen moviendo
la mano entera. Hay que ver las cosas que se aprenden viajando.
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