viernes, 28 de enero de 2011
La misma canción, el mismo problema
Distintos protagonistas, separados por un cuarto de siglo y varios miles de kilómetros que sin embargo tienen mucho en común. Lo más visible es el color de su piel. Y es que hemos avanzado en la lucha contra el racismo, pero los negros siguen llevándose la peor parte del pastel.
En un nivel más abstracto quedan problemas como las inclemencias naturales – las sequías para los africanos o los terremotos y las tormentas tropicales para los haitianos – que parecen siempre el inicio del problema, pero que en realidad no son más que un factor añadido a la situación de caos generalizado que viven estos países. Mientras las políticas de cooperación se limiten a mandar comida y hospitales de campaña para atender a los más desfavorecidos y no miren más arriba, tenemos We are the wolrd para rato.
Escuchando la canción también se me ocurre que hace demasiado tiempo que no oigo hablar del hambre en África. Quizá ya comen bien gracias a Bob Geldof. En cualquier caso, señores del telediario, también me gustaría enterarme si hay buenas noticias. Cuesta imaginarlo, viendo como está el patio en el mundo desarrollado.
Por cierto, os dejo el vídeo en cuestión por si alguien quiere verlo.
sábado, 22 de enero de 2011
Salud
Estoy en el único centro de salud del pueblo y, a estas horas ,el único de guardia en la comarca. El mismo espacio sirve de recibidor y sala de espera. Cada vez se va llenando más. Salvo algunos que vienen para una cura, los síntomas de la mayoría de pacientes son los mismos: tos, fiebre, mucosidad, malestar. Enero en su máximo explendor.
A mi lado, una chica de no más de dieciséis años ameniza mi espera con un sonoro concierto de tos seca. Dice que tiene mucha fiebre y que le duele todo. Si no me contagio de ésta es que estoy hecho un toro.
Mientras espero, hay algo que me asombra, me alarma, me enfada… El administrativo que toma nota de los pacientes que van llegando también apunta sus síntomas. Hasta ahí normal. Pero a continuación, emite su propio diagnóstico de los recién llegados o se permite opinar sobre el tratamiento que siguen los que ya han venido hace varios días y vuelven porque no mejoran.
De esto debe ser de lo que hablan cuando alertan del peligro de la automedicarse. Y mientras la administración sanitaria lucha contra ello, en sus propios centros se practica como si tal cosa. Menos mal que los que lo están escuchando van a entrar en un momento a ver a un médico de verdad.
Lo de los médicos a veces me recuerda a los periodistas: parece que todo el mundo entiende sobre su trabajo. La diferencia es que a ellos al menos les suelen pedir su título para acceder a un empleo.
domingo, 16 de enero de 2011
Tintín en Tailandia (X): Epílogo
Una mañana de 6 de enero de algún año a principios de los noventa, un niño se levanta de su cama cuando todavía no ha amanecido. Corre por el pasillo a oscuras hacia el salón para empezar a abrir los regalos de los Reyes Magos. Después de los paquetes más grandes, cuyo contenido no viene ahora al caso, se fija en una serie de pequeños envoltorios, todos de un tamaño similar y recubiertos con el mismo papel de regalo. Uno por uno, va descubriendo una colección de miniaturas de aviones, cada uno de un modelo y de una aerolínea.
La mayoría le son familiares, gracias a sus primeros viajes en avión. Hasta entonces han sido pocos, pero suficientes para aprenderse la sección dedicada a la flota en la revista de Iberia y para identificar los colores de las distintas compañías mirando por la ventanilla mientras el avión rueda entre la pista y la terminal.
Hay un DC-10 de Iberia, un McDonald-Douglas de Alitalia, un Airbus 320 de Swiss… Pero el modelo estrella es el 747. Es más grande que los demás, tiene cuatro motores y un segundo piso en la parte delantera. Un avión con dos plantas: ¡es la leche! Hay dos, uno de Air France y otro de Thai Airways. Conoce la aerolínea francesa, pero que es eso de Thai.
Su padre se encarga de contarle que es la línea nacional de Tailandia. Sí, que está en Asia, pero eso tampoco aclara mucho. Francia está llena de franceses, unos tipos incapaces de pronunciar la erre y que comen mucho queso. En París tienen la Torre Eiffel. La subió hace unos años, andando. También ha ido a Eurodisney. ¿Y en Tailandia que hay? ¿Quién vive allí?
Han pasado muchos años y aquel niño, que no es otro que el que escribe estas líneas, vuela de vuelta de Bangkok a Madrid en un avión como ese con el que jugó tantas veces y que, un poco despintado y con un tren de aterrizaje menos, sigue en una repisa de su habitación. Vuelve cargado de fotos, de notas, de recuerdos y de experiencias. Y, de repente, aquel recuerdo vuelve tan claro como si fuera de ayer. Una cosa menos en la lista de sueños pendientes.
sábado, 15 de enero de 2011
Tintín en Tailandia (IX): Las mejores sorpresas se encuentran (por Milú)

El sol sale para que nada deje de ser perfecto en nuestro penúltimo día en la isla Phi Phi Don. Así que desde muy temprano empezamos a disfrutar del mar y del sol. Estamos alejados de la gente, sólo rodeados por árboles y agua. Para mí, es uno de los días más maravillosos del viaje. Sin embargo, Tintín creo que empieza a aburrirse de tanta arena.
Nos queda pendiente una escapada a la playa de Maya Bay, que hasta ahora hemos retrasado porque un día estaba nublado, otro día iba a llover… Pero en realidad nos damos cuenta de que no nos apetece porque nos imaginamos otra cala más llena de guiris. Sin embargo, nuestras inquietudes por seguir viendo hacen que nos levantemos de las tumbonas sobre la una del mediodía, cuando los visitantes de esa zona se marchan de nuevo a Phuket porque sale el último barco de regreso.
Decidimos como siempre ir por nuestra cuenta. Empezamos a pasear por la arena y nos encontramos a nuestro amigo el barquero, que también nos llevó ayer a Phi Phi Town, y rápidamente nos saluda. Acordamos precio y empezamos los descubrimientos.
Primero llegamos a varias bahías y nuestras bocas y ojos se abren de par en par. Seguimos para adentrarnos más entre rocas llenas de vegetación y con un agua de un color tan azul que nunca había visto. De pronto, nuestro acompañante empieza a echar pan al agua y aparecen miles de peces de colores. También nos ofrece gafas y tubos de bucear y me sumerjo. “Very, very beautiful”. Y a Tintín le digo “baja”. Muy pronto estamos los dos descubriendo y disfrutando del paraíso marino.
Sigue nuestra excursión y a lo lejos vemos una pequeña playa escondida. El barquero nos habla, pero no nos enteramos. Pensamos que nos ofrece hacer algo más a cambio de un poco de dinero extra, pero su inglés sólo es acertado con los números. Y finalmente le decimos que sí. Llegamos a la orilla. Nada más bajarnos de la barca entendimos todo: había que pagar 200 bhats por parar allí. Todo merecía la pena. No paramos de mirar a nuestro alrededor. Para mí el paraíso, como para muchos cristianos el cielo. Ese mar en medio de palmeras y centenares de árboles, una arena tan fina que apenas mis pies la sentían, las rocas, los peces…
La noche también apunta maneras. Estamos viendo la peli The Beach en lo alto de una colina bajo las estrellas. A lo lejos se ve una tormenta que, por suerte, no nos afecta en absoluto. Ha sido un día lleno de sorpresas.
Se acerca el fin de nuestro viaje y la nostalgia nos acompaña. Tintín y yo intentamos grabar para siempre en nuestras retinas la estampa de este mar cristalino. Creo que nunca podremos olvidar las imágenes, los olores, los ruidos y las miles de anécdotas vividas en Tailandia.
Me encantaría tener dos días más para seguir disfrutando de todo esto, aunque pasara las navidades lejos de la familia. Tintín tampoco quiere volver, aunque desde hace un rato el dolor de cabeza hace que no esté sonriendo tanto como de costumbre. Pero es mejor así, irse encantado de un lugar diciéndole hasta pronto.
viernes, 14 de enero de 2011
Tintín en Tailandia (VIII): Chanclas
En la zona más plana de la isla, entre dos bahías, se encuentra el único pueblo de este minúsculo archipiélago. Creo que ni siquiera se han molestado en ponerle nombre. Al menos, yo no lo he visto en ningún mapa. En realidad es una aglomeración de chiringuitos y tenderetes entre los que se levantan algunas casas, todas ocupadas por tiendas, bares y restaurantes de todo tipo y negocios turísticos: centros de buceo, locales de masajes, albergues y hoteles.
Aunque a ras de suelo el lugar no es nada especial, una colina vecina ofrece una vista excepcional. Eso sí, el que llega arriba se la merece. Entre el esfuerzo de la subida y la humedad, he sudado como no recordaba haberlo hecho nunca. De vuelta al pueblo, un grupo de monos se ha cruzado en el camino y no nos ha dejado pasar hasta que los turistas – que iban llegando poco a poco desde el mirador – los hemos superado en número y han decidido hacerse a un lado, aunque aún los sentíamos volar entre las ramas de los árboles sobre nosotros.
No se escuchan las conversaciones a voces de la sombrilla vecina – porque no hay – ni la madre llamando a su hijo por toda la playa para que se coma el bocadillo de tortilla.
martes, 11 de enero de 2011
Tintín en Tailandia (VII): Tranquilo
Hace ya varias horas que el sol se puso. El canto de los grillos se mezcla con el sonido de las olas a mi alrededor. Levanto la cabeza y me sorprende una gran luna llena despejada que hasta hace no más de diez minutos había estado escondida tras una densa capa de nubes.Frente a mí, a escasos veinte metros, observo el mar y me entran ganas de bañarme. A través de la valla de madera de mi bungalow se cuelan también las luces de una pequeña piscina alimentada constantemente por dos fuentes con forma de elefante.
Estamos ya en nuestra última parada antes de volver a casa. Tres días en el lugar más lejano y más perdido al que jamás hemos llegado: una pequeña isla en la que ni siquiera cabe una carretera. Un pequeño paraíso en pleno siglo XXI.
- - -
Entre el final del último párrafo y estas nuevas líneas, Milú y yo hemos tenido tiempo de inspeccionar los chiringuitos de la zona y remojar nuestros gaznates con los combinados locales. La banda sonora de la escena seguía corriendo a cargo del mar, que rompía apenas a medio metro de nuestros pies mientras bebíamos, y un dúo autóctono que destrozaba sin piedad clásicos de la historia del pop. No obstante, hemos pasado un buen rato haciendo voces y tarareando al son del Billy Jean de Michael Jackson o al Sex Bomb de Tom Jones mientras un par de americanos bailaban apasionadamente ante la agradecida mirada de los músicos.
Un mosquito da dos o tres pasadas sobre el cuaderno intentando leer antes que nadie mis notas. El efecto del repelente se debe estar pasando.
Si alguna vez he estado tranquilo, relajado, ha sido esta noche. No me apetece irme a dormir. Quiero disfrutar de esta paz todo lo posible. Algún día, seguramente no muy lejano, me vendrá bien tener reservas. A mi lado, Milú apenas hace ruido. Estoy seguro que piensa lo mismo que yo: que estos tres días sean los más largos de nuestras vidas.
lunes, 10 de enero de 2011
Tintín en Tailandia (VI): Elefantes
Acostumbrado a verlos en zoológicos detrás de un foso, impresiona cuando el primero pasa a tu lado caminando tranquilamente, por supuesto guiado por su cuidador. La leve lluvia que cae desde primera hora de la mañana ha embarrado el camino y las grandes huellas se quedan marcadas hasta que el paso de otros compañeros las destroza.
Pero si resulta extraño estar junto a ellos, pasear sobre sus lomos es toda una experiencia. Nunca hubiera imaginado que se movieran tanto al andar. Cada paso supone en balanceo hacia el lado de la pata correspondiente. Es un vaivén lento y brusco, como los pasos del animal: hacia un lado, parada y hacia el otro lado… Y así casi una hora. ¡Qué fatiga!
El mundo se ve de otra forma desde lo alto de un elefante. Se ríe uno de los leones, reyes de la selva. El rey es ese que va delante mía y los de su especie, que con un palo de no más de medio metro consigue domar a una mole que pesa no sé cuántas veces más que él.
Así que si en el camino llano ya dábamos tumbos, en esa sucesión de cuesta arriba, cuesta abajo y vuelta a empezar aquello era una montaña rusa pisando huevos. Así que durante media hora hemos estado perdidos del mundo a lomos de un elefante. Menos mal que la ruta alternativa volvía al camino original. No me atrevería a decir que ha sido un paseo agradable, pero sí memorable.
domingo, 9 de enero de 2011
Tintín en Tailandia (V): Triángulo de oro
Si me hubiera correspondido a mí la decisión de bautizar el enclave, se habría llamado Triángulo del Opio, que suena casi igual pero tiene más fundamento. Y es que la confluencia de tres fronteras convierte a la zona en un punto caliente del tráfico de droga. De hecho, en la carretera desde Chiang Rai, que termina en la frontera con Muanmar, hemos podido ver exhaustivos controles de la policía tailandesa.
sábado, 8 de enero de 2011
Tintín en Tailandia (IV): Las putas por la noche y las parejas casadas
Sorprende una de esas calles, a primera vista oscura a ras de suelo, pero iluminada en las alturas por una maraña de carteles que anuncian la amplia oferta de sexo digital o de carne y hueso disponible en unos metros. Las chicas esperan de cháchara a la puerta de los locales como la que sale a charlar con las vecinas a la hora del fresco. Algunas optan por el uniforme de enfermera, otras por el gorrito de Papá Noel y todas por mostrar abiertamente sus encantos.
Por si alguno no se atreve a aventurarse por aquel camino, entre los puestos de Silom aparece de vez en cuando un joven que, catálogo en mano, muestra a los viandantes el género como el que enseña el muestrario de tapicerías para un sofá. Como en las telas, las hay de todos los colores, texturas y para todos los gustos.
Mientras salimos de Bangkok camino al aeropuerto para seguir nuestro viaje por el norte del país, le comentamos nuestra sorpresa por estas escenas a la chica que nos acompaña. Nos dice que allí es una cosa corriente, asumida y aceptada, una oferta más para el turismo. “Lo que no me parece bien es que se pongan a enseñar los catálogos de día”. Vamos, que por la noche como si se pasean con las tetas al aire, pero hasta que se ponga el sol hay que ser puros y castos.
Ésta es sólo una muestra de las contradicciones de un país marcado de color rojo en el mapa del turismo sexual y que no trata de esconderlo, aunque trata de combinar esta realidad con sus valores tradicionales. Pero aún hay más.
El nivel de inglés de los tailandeses deja mucho que desear. Algo así como el de los españoles, sólo que allí la diferencia entre los sonidos asiáticos y los europeos convierten una mala pronunciación en un dialecto imposible de descifrar.
Eso sí, todos saben perfectamente dos cosas. LA primera son los números, imprescindibles para negociar los precios. Los thousand y los hundred los pronuncian perfectamente. Lo segundo que les enseñan en el colegio es honeymoon. No hay tailandés que hable con una parejita joven de turistas que no le pregunte “honeymoon?”. No les pidas que construyan la pregunta entera. Y no trates de explicarles nada más, porque no lo van a entender. Sólo mueve la cabeza para decir sí o no.
Nuestro guía por el norte – que se expresa en un español tan rudimentario que hemos dudado si pedirle que nos hable en inglés, que se le da mejor – nos cuenta que tiene una hija de 21 años. Ha estudiado para ser profesora de inglés, pero el le ha dicho que se prepare unas oposiciones para ser funcionaria. Y hasta que no las apruebe, nada de novios. Él y su mujer lo tienen claro: “si hija embarazada, problema ella, yo no”. Vamos, que si llega con un bombo la echa de casa.
Por todo esto, después de casi una semana por estas tierras, no nos ha extrañado que, después de acompañarnos a nuestra habitación, la recepcionista del hotel se haya despedido deseándonos feliz luna de miel.
viernes, 7 de enero de 2011
Tintín en Tailandia (III): Lujo oriental
Los cinco días que llevamos en Tailandia han sido suficientes para adjudicar un significado a esta expresión, generalmente imprecisa. Básicamente, el lujo oriental consiste en poner a disposición del cliente – ya sea huésped de hotel, comensal de restaurante o pasajero de avión – cualquier cosa que pueda facilitar, hacer más cómoda o más agradable su estancia en el negocio en cuestión. Y cualquier cosa significa cualquier cosa.
El primer ejemplo lo encontramos en nuestro hotel en Bangkok. Entre los licores del minibar – que, por cierto, vienen en botellas más generosas que las que ofrecen los hoteles occidentales – nos sorprendió encontrar una caja de preservativos. Dado el género que se puede encontrar en una calle a no más de cien metros del hotel, llena de clubes nocturnos donde se puede encontrar todo lo que una mente calenturienta puede desear, es comprensible que más de un cliente se vea en situación de recurrir a estas gomitas profilácticas.
Pero la cosa va mejorando hotel por hotel. En el segundo, encontramos en un cajón de la mesilla de noche una linterna. Ir al baño por la noche sin tener que encender la luz para no despertar a nadie o pasear entre la frondosa vegetación que rodea al edificio. Eso queda al gusto del usuario, pero desde luego tiene la oportunidad de hacer lo que elija.
Otro punto son los cócteles de bienvenida. Mientras un recepcionista hace el registro en el hotel, el cliente espera en los sillones del vestíbulo degustando un refrigerio cortesía de la casa. Zumo de crisantemo, de azucena… No siempre son sabores agradables para el paladar occidental – a veces incluso los olores sirven de primer aviso a lo que nos espera – pero, recordando el refranero, de biennacidos es ser agradecidos y, además, la intención es lo que cuenta. Así que unos sorbitos para no ofender a los anfitriones.
Los transportes tampoco se quedan atrás. Las azafatas de Thai y su frenética actividad desde el despegue hasta el aterrizaje – dure lo que dure el vuelo – son sólo un avance para el que llega por primera vez al país. En nuestro caso, durante las casi 12 horas desde Madrid contamos que se cambiaron de uniforme cuatro o cinco veces.
Nuestro transporte por el norte del país – una confortable furgoneta Toyota – no tiene nada que envidiarle al 747 de Thai. Desde el asiento del copiloto – el izquierdo en Tailandia – nuestro guía nos ameniza los trayectos más largos con sus versiones de grandes clásicos del pop y del rock. Ha demostrado ser un gran enamorado de Queen. La parte coral de Bohemian Rapsodi, que el propio grupo no era capaz de interpretar en directo, no tiene secretos para él. En agradecimiento, Milú y yo le hemos correspondido con una versión a capella del Que viva España de Manolo Escobar. ¡Qué no se diga!
martes, 4 de enero de 2011
Tintín en Tailandia (II): Postales de Bangkok
Lo que más impresiona al visitante de esta desordenada ciudad son sus contrastes. Barrios de rascacielos entre los que sobreviven oscuros callejones y casas cochambrosas conviven con armoniosos templos o con canales que recuerdan a una Venecia empobrecida. Y en medio de ese laberinto, un pueblo que mezcla sus más antiguas costumbres con las influencias llegadas de occidente.
El Wat Phra Kaeo es seguramente el lugar más bonito de la ciudad. Las distintas edificaciones que forman el complejo, las grandes figuras que lo custodian o los minuciosos murales que decoran sus paredes bien merecen la entrada, cara para lo que se estila por aquí. Es, básicamente, lo que uno espera encontrar cuando llega a esta parte del mundo.
lunes, 3 de enero de 2011
Tintín en Tailandia (I): "Mi taxi es rosa porque nací en martes"

Venimos por la autopista del aeropuerto y me llama la atención el colorido de los taxis locales. Me cautivan especialmente unos de color rosa chillón, no sé si porque son los más numerosos o por lo llamativo de su color. Después de haber leído mucho sobre las perrerías que pueden llegar a hacer los taxistas del lugar, le pregunto a la guía que nos acompaña hasta el hotel si esos rosas son alguna empresa oficial o, cuanto menos, fiable.
“No te puedes fiar de los colores en los taxis”, me responde. Entonces nos explica que los lugareños son muy supersticiosos y que, por ejemplo, los dueños de los taxis los pintan de un color u otro dependiendo del día de la semana en que nacieron. El rosa corresponde al martes. “¿Ves ese otro taxi, verde y amarillo? Es una empresa de dos socios: una nació un lunes y otro un miércoles”.
Aparte de eso, nuestro primer día en Bangkok nos deja otras estampas curiosas: una mujer cortándose las uñas de los pies mientras atiende su puesto en el mercado de Mo Chin o la amplia oferta de los puestos callejeros, que cuentan con las ya clásicas falsificaciones de Rolex o con los diseños de ropa más modernos. Todo ello bajo intensos olores, no siempre agradables, pero que añaden un punto de exotismo al lugar.