Se acerca la Navidad y empiezo
a ver cosas absurdas. La combinación del buen rollo casi obligado estos días y las
limitaciones habituales del personal no podían tener otro resultado. Hoy he
recibido en mi correo una felicitación en la que, claramente, evitan utilizar
la palabra “Navidad”. Todos los buenos deseos van enfocados al nuevo año. Solo
al final se cuela un “felices fiestas”. Y digo yo que si lo que quieren es
felicitar el año nuevo, que esperen hasta el día 31 y pongan “feliz año”. Y si
sienten que deben celebrar la Navidad, que lo proclamen claramente. ¿O es un
deseo abierto, a gusto del consumidor? Joder con las ambigüedades. Teniendo en
cuenta que la misma entidad no tiene ningún empacho en celebrar el día de su
patrón…
Me recuerda a un político –no sé
si continúa haciéndolo, porque hace tiempo que no lo sigo– que solía despedirnos en la última rueda de
prensa del año felicitándonos el solsticio de invierno. Siempre me pregunté si
aquel buen señor no se reunía con su familia para comer en Nochebuena. O si no
le compraba a sus niños un juguete por Reyes. Quizá regalaba en nombre del
solsticio.
Y lo último es el anuncio de
esa marca de embutidos, que aprovecha la sensiblería de la época para lanzar una
proclama nacionalista barata que poco menos que le atribuye a España el
monopolio de los bares y la simpatía. El “vuelve a casa por navidad” de aquel
turrón me parecía un sentimiento más auténtico, más universal. Ahora el niño
vuelve del Erasmus, no de la mili. Pero esto de contar que somos mejores que el
resto del mundo suena a discurso del presidente del gobierno. La cosa es que a
la gente le gusta y se emociona. ¿Será que se lo creen? ¡Qué país!